Mostrando entradas con la etiqueta Biblioteca. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Biblioteca. Mostrar todas las entradas

lunes, 3 de febrero de 2014

miércoles, 16 de octubre de 2013

El curioso incidente del perro a medianoche.

medianoche
Mark Haddon, autor de El curioso incidente del perro a medianoche trabajó durante unos años con personas con deficiencias físicas y psicológicas, lo que le ayudó a crear a Christofher Boone, protagonista de su primer libro, un niño apasionado por la lógica, la física, las matemáticas. En su concepción del mundo, Christopher establece determinadas reglas que le hacen la vida más fácil. Considera que ver pasar cinco coches rojos seguidos significa un día super bueno, cuatro coches rojos, un día bueno y, tres coches rojos, bastante bueno. Pero cuatro coches amarillos seguidos significan un día negro, lo que significa que no hablará con nadie ese día, solo leerá y no correrá riesgos. Éste es sólo un ejemplo del complejo mundo de Christopher, que utiliza la lógica deductiva y las fórmulas matemáticas para afrontar las emociones propias o las del mundo de los adultos, que no llega a comprender. No miente jamás porque no entiende las mentiras, al igual que es incapaz de expresar algo que no haya vivido. No entiende las metáforas, no come nada que sea marrón o amarillo, no sabe interpretar las emociones en un rostro, no soporta que le toquen, ni que se muevan los muebles de sitio, y gime y grita cuando se encuentra en lugares con mucha gente.


Había montones de gente en el tren, y eso no me gustó, porque no me gustan los montones de gente que no conozco y aún lo odio más si estoy apretujado en una habitación con montones de gente que no conozco, y un tren es como una habitación y no puedes salir de él cuando está en marcha.

miércoles, 15 de mayo de 2013

En torno a Vidal Bolaño.

Alicia Crece.( Inesquecible blog de Ruben Ruibal)



Non pasa un día sen ser asaltado pola certeza absoluta da inutilidade do que fago: de escribir, falo, de escribir en galego, ademáis; pero se non pasara sempre había de haber quen mo recordase. Gustaríame lanzar argumentos "de peso" e aproveitarme dun deses filósofos con apelido que comeza por H (muda, inútil) para soltar aquilo de que "a arte é todo o inútil que nos conforta"; abrigarme no mal de moitos, vaia. Pero, aparte de é certo que non me acordo do culpable de semellante cita -eu era dos que suspendía filosofía porque nos exames prefería inventar o que pensaban os mortos -hoxe penso que a palabra "arte" non me agrada vendo con que xentes e cousas se relaciona publicamente, e que a palabra "conforta" faime lembrar á grei de Bieito .

Se cadra, penso con vintecinco anos de retraso, debín elexir
ciencias e dedicarme a observar os bechos, as estrelas (e as estacións espaciais) que andan polo noso ceo, ou á contemplación pausada do crecemento das plantas, pero obrigáronme a escoller cando non tiña idea do que a escolla había de sorprenderme vinte tantos anos despois. Se cadra debín ser músico.

Van alá hoxe sete anos dende que o mestre deixou de
acompañarnos e só un seu amigo parece lembralo publicamente. A todos os demáis o único que parece preocuparlle en tal día son os intereses económicos ou os presuntamente políticos (¡quen nos dera que os tivesen!) derivados do mal funcionamento da maquinaria que vai estrear mundialmente unha das súas mellores pezas ¡máis de quince anos despois de ser escrita!; política (ou ausencia de, mellor dito) e economía parecen rexer de sempre o funcionamento do noso teatro público, houbo un tempo en que mesmo se dicía que o CDG era a oficina de emprego do teatro galego. Algo diría Roberto desta situación, claro que si, Antón, e probablemente a cousa tivera, é certo, un veo poallento de farsa amarga.

Amigos como somos de festexar todo canto aniversario nos
cae no calendario, neste país somos incapaces de lembrar tal día como hoxe un dos homes máis grandes, e non só no físico, dos nosos oficios culturais; do noso oficio cultural, en concreto, que podería presumir de ser o máis "normalizado" lingüísticamente. E nin sequera os máis teimudos neste proceso continuamente saboteado, ás veces por eles mesmos, teñen hoxe unha palabra para o insobornable. Estamos facendo moi mal moitas cousas, Náufrago, claro que si. E non podemos botarlle só a culpa a non ter diñeiros para mercar voces ou faros coa idea de visibilizar o noso traballo. Tamén é verdade.
Quédanos o traballo inútil, inútil como ter fillos ou amar xente; agora que o penso, de poder escoller o pasado, sen dúbida, eu pediríame ser nai. Quédanos a beleza das palabras polas que temos a ilusión de que podemos apreixar o noso mundo; e quédanos, como escoitei a un escritor admirado aí atrás nuns encontros en Mariñán falando da promoción da súa obra: furar furar e furar. Nunca máis acertado sendo como somos para este mundo algo semellante ás toupas, que sacan molestas moreas de terra no medio do seu verde e uniforme césped.

Tal día como hoxe hai sete anos morreu o noso mestre Bolaño: Roberto. Vidal. Defensor do inútil. Unha das moreas de terra máis grandes no verde e uniforme prado.

viernes, 10 de mayo de 2013

El personaje principal

Charlie Buckett es el protagonista de la novela. Es el héroe, un niño
bondadoso y sensato que afronta con estoicismo la dureza de su vida
cotidiana: “A menudo, la madre y el padre de Charlie acudían también a la
habitación y se quedaban de pie junto a la puerta, escuchando las historias
que contaban los ancianos; y así, durante una media hora cada noche, esta
habitación se convertía en un lugar feliz, y la familia entera conseguía olvidar
que era pobre y pasaba mucha hambre.” (pp. 17-18). Vive rodeado de adultos
(sus padres y sus abuelos), pero sin caprichos porque la magra economía.
familiar no lo permite. Su única debilidad es el chocolate, al que casi nunca

tiene acceso, pero su carácter generoso hace que se decida a compartir la

única chocolatina que recibe al año, con motivo de su aniversario: “Toma,

mamá, coge un trozo. La compartiremos. Quiero que todo el mundo la pruebe”

(p. 46). Charlie es un héroe de estirpe dickensiana: capaz de sobrevivir en un

ambiente hostil, sin perder la generosidad y la inocencia, y sin abandonar una

última esperanza aunque todo se ponga en su contra.

El genio.

Willy Wonka es el extravagante propietario de la fábrica de chocolate, una

especie de geniecillo que vive encerrado en este fantástico reino: “Nadie lo ha

visto desde entonces. Nunca sale de la fábrica” (p. 30); y que es capaz de

realizar cualquier prodigio relacionado con el mundo de las golosinas: “El señor

Willy Wonka puede hacer caramelos que saben a violetas, y caramelos que

cambian de color cada diez segundos a medida que se van chupando, y

pequeños dulces ligeros como una pluma… Puede hacer chicle que no pierde

nunca su sabor, y globos de caramelo que puedes hinchar hasta hacerlos

enormes…” (p. 21). Su actitud y comportamiento escandalizan a los padres de

los otros niños, pero el señor Wonka es capaz de apreciar lo que hay dentro de

cada uno de los chavales y otorgarles su justa recompensa.

Personaje secundario.

El abuelo Joe es un anciano de noventa años cuya única alegría, como la del

resto de los abuelos de Charlie, son las charlas con el pequeño. Desde el

comienzo de la historia se convierte en su cómplice, narrándole fantásticas

historias sobre el señor Wonka o regalándole todos sus ahorros para que

compre otra chocolatina: “Los demás no saben que lo tengo. Y ahora tú y yo

vamos a hacer un último intento para encontrar el billete restante” (p. 55).

Cuando Charlie encuentra el último billete, se levanta de la cama para

acompañarlo en su aventura: “Creo que la persona que realmente merece

acompañar a Charlie es el abuelo Joe. Parece saber mucho más sobre el

asunto que nosotros. Siempre, por supuesto, que se sienta lo bastante bien

como para… -¡Yiiipiii!- gritó el abuelo Joe, agarrando a Charlie de las manos y

bailando con él por la habitación” (p. 75).

Los personajes

Augustus Gloop destaca por su glotonería: “Come tantas chocolatinas

al día que era casi imposible que no lo encontrase. Su mayor afición es comer.

Es lo único que le interesa.” (p. 37); Veruca Salt, por ser una niña malcriada

acostumbrada a que sus millonarios padres satisfagan todos sus caprichos:

“En cuanto mi pequeña me dijo que tenía que obtener uno de esos billetes

dorados, me fui al centro de la ciudad y empecé a comprar todas las

chocolatinas de Wonka que pude encontrar”. (p. 40); Violet Beauregard es una

niña maleducada cuya única afición es comer chicle continuamente: “Adoro el

chicle. No puedo estar sin él. Lo mastico todo el tiempo salvo unos pocos

minutos a la hora de las comidas, cuando me lo quito de la boca y me lo pego

detrás de la oreja para conservarlo”. (p. 48); y Mike Tevé vive únicamente para

ver la televisión: “Mike Tevé, el afortunado ganador, parecía terriblemente

disgustado con todo el asunto: “No ven que estoy viendo la televisión”, gruñó

furioso” (p. 50).

 

El tiempo

El autor ha pretendido situar la novela en un ambiente ciertamente moderno,

aunque alejado de cualquier concreción histórica. El tiempo narrativo está

dividido en dos bloques: las primeras páginas narran los meses que

transcurren desde el anuncio del señor Wonka hasta el descubrimiento del

último billete dorado (pp. 11-75). A partir de la página 77 se describe la visita a

la fábrica, que se realiza en un único día: “De momento te invito a venir a mi fábrica y ser mi huesped"

El espacio

El espacio también está dividido claramente en dos bloques. El primero es un

lugar real, la casa de Charlie, aunque descrito hiperbólicamente para realzar la

pobreza en la que vive la familia Buckett: “Toda esta familia viven juntos en

una casita de madera en las afueras de una gran ciudad. La casa no era lo

bastante grande para tanta gente, y la vida resultaba realmente incómoda para

todos. En total, sólo había dos habitaciones y una sola cama” (p. 12). El

segundo espacio es la fábrica de chocolate, un lugar fantástico donde cualquier

prodigio es posible: un río de chocolate, un ascensor de cristal que se mueve

en todas direcciones…

 

Perspectiva y esteructura.

 

En la novela predomina la narración omnisciente en 3ª persona, aunque se

trata de un narrador “cómplice”, que se implica con sus comentarios en la

historia narrada y que se dirige en algunos casos a los lectores, como si éstos

pudiesen contemplar realmente a los personajes y las situaciones de la

historia: “Éste es Charlie. ¿Cómo estás? Y tú, ¿cómo estás? Charlie se alegra

de conoceros” (p. 12).

El diálogo tiene gran importancia en el libro, ya que ayuda a definir a

los personajes, desde las réplicas nerviosas y exclamativas del señor Wonka:

“¡Charlie! ¡Vaya, vaya, vaya! ¡De modo que tú eres Charlie! Tú eres el que hasta

ayer no encontró su billete, ¿no es eso? Sí, sí… ¡Maravilloso! ¡Fascinado! ¡Muy

bien! ¡Excelente!” (p. 83), hasta el tono imperativo y maleducado de alguno de

los niños: “¡Oh, cállate, mamá y déjame terminar! (p. 128).


 

Charly; La estructura interna.

La estructura interna marca los dos espacios de la historia: el verosímil,

que aparece en los 12 primeros capítulos y que funciona como una

introducción a la verdadera historia, narrada a partir del capítulo 13, que se

corresponde con la estancia de Charlie y los niños en la fábrica, dominada por

el tono fantástico. La primera parte funciona como el tradicional cuento en el

que el héroe debe conseguir una recompensa que se resiste, produciéndose

distintas derrotas (las tres veces en que Charlie no consigue el billete) hasta

llegar al éxito final. Mientras tanto, se produce un empeoramiento de la

situación externa (por un lado, aparecen otros ganadores, por lo que

disminuyen las posibilidades y por otro, se acrecienta la pobreza familiar, lo

que hace aún más difícil que Charlie pueda adquirir otra chocolatina). En la

segunda parte se van sucediendo distintos episodios que conducen a la

eliminación de los personajes secundarios hasta lograr el triunfo final de

Charlie, que de esta manera consigue cambiar la fortuna de su familia y

rescatarla de la miseria.

Lengua y

17 vidalbolañiano.


domingo, 10 de marzo de 2013

Teatro para leer.


Pic – Nic de Fernando Arrabal.

PERSONAJES ZAPO. SEÑOR TEPÁN  SEÑORA TEPÁN  ZEPO  PRIMER CAMILLERO  CAMILLERO SEGUNDO

Decorado: Campo de batalla. Cruza el escenario, de derecha a izquierda, una alam­brada. Junto a esta alambrada hay unos sacos de tierra, (La batalla hace furor. Se oyen tiros, bombazos, rá­fagas de ametralladora. ZAPO, solo en escena, está acurrucado entre los sacos. Tiene mucho miedo. Cesa el combate. Silencio. ZAPO saca de una cesta de tela una madeja de lana y unas agujas. Se pone a hacer un jersey que ya tiene bastante avanzado. Suena el tim­bre del teléfono de campaña que ZAPO tiene a su lado.)

ZAPO.-Diga... Diga... A sus órdenes mi capitán... En efecto, soy el centinela de la cota 47... Sin novedad, mi capitán... Perdone, mi capitán, ¿cuándo comienza otra vez la batalla?.. Y las bombas, ¿cuándo las tiro?.. ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o ha­cia adelante?.. No se ponga usted así conmigo. No lo digo para molestarle... Capitán, me encuentro muy solo. ¿No podría enviarme un compañero?.. Aunque sea la cabra... (El capitán le riñe.) A sus órdenes... A sus ór­denes, mi capitán. (ZAPO cuelga el teléfono. Refunfu­ña.)

 

               (Silencio. Entra en escena el matrimonio TEPÁN con cestas, como si vinieran a pasar un día en el campo. Se dirigen a su hijo, ZAPO, que, de espaldas y escon­dido entre los sacos, no ve lo que pasa.)

 

SR. TEPÁN.- (Ceremoniosamente.) Hijo, levántate y besa en la frente a tu madre. (ZAPO, aliviado y sorpren­dido, se levanta y besa en la frente a su madre con mu­cho respeto. Quiere hablar. Su padre le interrumpe.) Y ahora, bésame a mí. (Lo besa en la frente.)

 

ZAPO.-Pero papaítos, ¿cómo os habéis atrevido a ve­nir aquí con lo peligroso que es? Iros inmediatamente.

 

SR. TEPÁN.- ¿Acaso quieres dar a tu padre una lec­ción de guerras y peligros? Esto para mí es un pasatiem­po. Cuántas veces, sin ir más lejos, he bajado del metro en marcha.

 

SRA. TEPÁN.-Hemos pensado que te aburrirías, por eso te hemos venido a ver. Tanta guerra te tiene que aburrir.

 

ZAPO.-Eso depende.

              

SR. TEPÁN.-Muy bien sé yo lo que pasa. Al princi­pio la cosa de la novedad gusta. Eso de matar y de tirar bombas y de llevar casco, que hace tan elegante, resulta agradable, pero terminará por fastidiarte. En mi tiempo hubiera pasado otra cosa. Las guerras eran mucho más variadas, tenían color. Y, sobre todo, había caballos, mu­chos caballos. Daba gusto: que el capitán decía: «al ata­que», ya estábamos allí todos con el caballo y el traje de color rojo. Eso era bonito. Y luego, unas galopadas con la espada en la mano y ya estábamos frente al ene­migo, que también estaba a ]a altura de las circunstan­cias, con sus caballos -los caballos nunca faltaban, mu­chos caballos y muy gorditos- y sus botas de charol y sus trajes verdes.

 

SRA. TEPÁN.-No, no eran verdes los trajes del ene­migo, eran azules. Lo recuerdo muy bien, eran azules.

 

SR. TEPÁN.-Te digo que eran verdes.

 

SRA. TEPÁN.-No, te repito que eran azules. Cuántas veces, de niñas, nos asomábamos al balcón para ver ba­tallas y yo le decía al vecinito: «Te apuesto una chocola­tina a que ganan los azules.» Y los azules eran nues­tros enemigos.

 

SR. TEPÁN.-Bueno, para ti la perra gorda.

 

SRA. TEPÁN.-Yo siempre he sido muy aficionada a las batallas. Cuando niña, siempre decía que sería, de mayor, coronel de caballería. Mi mamá se opuso, ya                conoces sus ideas anticuadas.

 

SR. TEPÁN.-Tu madre siempre tan burra.

              

ZAPO.-Perdonadme. Os tenéis que marchar. Está prohibido venir a la guerra si no se es soldado.

 

SR. TEPÁN.-A mí me importa un pito. Nosotros no venimos al frente para hacer la guerra. Sólo queremos pasar un día de campo contigo, aprovechando que es domingo.

 

SRA. TEPÁN.-Precisamente he preparado una comida muy buena. He hecho una tortilla de patatas que tanto te gusta, unos bocadillos de jamón, vino tinto, ensalada y pasteles.

 

ZAPO.-Bueno, lo que queráis, pero si viene el capitán, yo diré que no sabía nada. Menudo se va a poner. Con lo que le molesta a él eso de que haya visitas en la guerra. Él nos repite siempre: «en la guerra, disciplina y bombas, pero nada de visitas».

 

SR. TEPÁN.-No te preocupes, ya le diré yo un par de cosas a ese capitán.

 

ZAPO.- ¿Y si comienza otra vez la batalla?

 

SR. TEPÁN.- ¿Te piensas que me voy a asustar? En peores me he visto. Y si aún fuera como antes, cuando había batallas con caballos gordos. Los tiempos han cambiado, ¿comprendes? (Pausa.). Hemos venido en moto­cicleta. Nadie nos ha dicho nada.

 

ZAPO.-Supondrían que erais los árbitros.

 

SR. TEPÁN._Lo malo fue que, como había tantos tanques y jeeps, resultaba muy difícil avanzar.

              

SRA. TEPÁN.-Y luego, al final, acuérdate aquel cañón que hizo un embotellaje.

              

SR. TEPÁN.-De las guerras, es bien sabido, se puede esperar todo.

 

SRA. TEPÁN.-Bueno, vamos a comer.

 

SR. TEPÁN.-Sí, vamos, que tengo un apetito enorme. A mí, este tufillo de pólvora, me abre el apetito.

              

SRA. TEPÁN.-Comeremos aquí mismo, sentados sobre la manta.

 

ZAPO.- ¿Como con el fusil?

              

SR. TEPÁN.-Nada de fusiles. Es de mala educación sentarse a la mesa con fusil. (Pausa) Pero qué sucio estás, hijo mío… ¿Cómo te has puesto así? Enséñame las manos.

 

ZAPO.- (Avergonzado, se las muestra.) Me he tenido que arrastrar por el suelo con eso de las maniobras.

              

SRA. TEPÁN.-Y las orejas, ¿qué?

 

ZAPO.-Me las he lavado esta mañana.

 

SRA. TEPÁN.-Bueno, pueden pasar. ¿Y los dientes? (Enseña los dientes.) Muy bien. ¿Quién le va a dar a su niñito un besito por haberse lavado los dientes? (A su marido.) Dale un beso a tu hijo que se ha lavado bien los dientes. (El SR. TEPÁN besa a su hijo.) Porque lo que no se te puede consentir es que con el cuento de la guerra te dejes de lavar.

 

ZAPO.-Sí, mamá. (Se ponen a comer).

SR. TEPÁN.-Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?

 

ZAPO.- ¿Cuándo?

 

SR. TEPÁN.-Pues estos días.

              

ZAPO.- ¿Dónde?

 

SR. TEPÁN.-Pues en esto de la guerra.

 

ZAPO.-No mucho. He matado poco. Casi nada.

 

SR. TEPÁN.- ¿Qué es lo que has matado más, caba­llos enemigos o soldados?

 

ZAPO.-No, caballos no. No hay caballos.

 

SR. TEPÁN.- ¿Y soldados?

 

ZAPO.-A lo mejor.

 

SR. TEPÁN.- ¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?

 

ZAPO.-Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De to­das formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.

 

SR. TEPÁN.-Tienes que tener más valor. Como tu padre.

              

SRA. TEPÁN.-Voy a poner un disco en el gramófono.

 

               (Pone un disco. Los tres, sentados en el suelo, escuchan).

 

SR. TEPÁN.-Esto es música, sí señor.

 

               (Continúa la música. Entra un soldado enemigo: ZE­PO. Viste como ZAPO. Sólo cambia el color del traje. ZEPO va de verde y ZAPO de gris. ZEPO, exta­siado, oye la música a espaldas de la familia TEPÁN. Termina el disco. Al ponerse de pie, ZAPO descubre a ZEPO. Ambos se ponen manos arriba llenos de te­rror. Los esposos TEPÁN los contemplan extrañados.)

 

SR. TEPÁN.- ¿Qué pasa?

 

               (ZAPO reacciona. Duda. Por fin, muy decidido, apun­ta con el fusil a ZEPO).

 

ZAPO.- ¡Manos arriba!

 

               (ZEPO levanta aún más las manos, todavía más ame­drentado. ZAPO no sabe qué hacer. De pronto, va hacia ZEPO y le golpea suavemente en el hombro mien­tras le dice):

 

ZAPO.- ¡Pan y tomate para que no te escapes!

SR. TEPÁN.-Bueno, ¿y ahora, qué?

 

ZAPO.-Pues ya ves, a lo mejor, en premio, me ha­cen cabo.

 

SR. TEPÁN.-Átale, no sea que se escape.

              

ZAPO.- ¿Por qué atarle?

 

SR. TEPÁN.-Pero, ¿es que aún no sabes que a los prisioneros hay que atarles inmediatamente?

 

ZAPO.- ¿Cómo le ato?

 

SR. TEPÁN.-Átale las manos.

 

SRA. TEPÁN.-Sí. Eso sobre todo. Hay que atarle las manos. Siempre he visto que se hace así.

              

ZAPO.-Bueno. (Al prisionero.) Haga el favor de po­ner las manos juntas, que le voy a atar.

 

ZEPO.-No me haga mucho daño.

              

ZAPO.-No.

 

ZEPO.-Ay, qué daño me hace...

 

SR. TEPÁN.-Hijo, no seas burro. No maltrates al prisionero.

 

SRA. TEPÁN.- ¿Eso es lo que yo te he enseñado? ¿Cuántas veces te he repetido que hay que ser bueno con todo el mundo?

 

ZAPO.-Lo había hecho sin mala intención. (A ZEPO.) ¿Y así, le hace daño?

              

ZEPO.-No. Así, no.

 

SR. TEPÁN.-Diga usted la verdad. Con toda confian­za. No se avergüence porque estemos delante. Si le mo­lestan, díganoslo y se las ponemos más suavemente.

 

ZEPO.-Así está bien.

 

SR. TEPÁN.-Hijo átale también los pies para que no se escape.

 

ZAPO.- ¿También los pies? Qué de cosas…

 

SR. TEPÁN.-Pero ¿es que no te han enseñado 1as or­denanzas?

 

ZAPO.-Sí.

 

SR. TEPÁN.-Bueno, pues todo eso se dice en las or­denanzas.

ZAPO.- (Con muy buenas maneras.) Por favor tenga la bondad de sentarse en el suelo que le vaya atar los pies.

 

ZEPO.-Pero no me haga daño como la primera vez.

 

SR. TEPÁN.-Ahora te vas a ganar que te tome tirria.

 

ZAPO.-No me tomará tirria. ¿Le hago daño?

 

ZEPO.-No. Ahora está perfecto.

 

ZAPO.- (Iluminado por una idea.) Papá, hazme una foto con el prisionero en el suelo y yo con un pie sobre su tripa. ¿Te parece?

 

SR. TEPÁN.- ¡Ah, sí! ¡Qué bien va a quedar!

 

ZEPO.-No. Eso no.

 

SRA. TEPÁN.-Diga usted que sí. No sea testarudo.

 

ZEPO.-No. He dicho que no y es que no.

              

SRA. TEPÁN.-Pero total, una foto de nada no tiene importancia para usted y nosotros podríamos colocarla en el comedor junto al diploma de salvador de náufra­gos que ganó mi marido hace trece años...

 

ZEPO.-No crean que me van a convencer.

 

ZAPO.-Pero, ¿por qué no quiere?

 

ZEPO.-Es que tengo una novia, y si luego ella ve la foto va a pensar que no sé hacer la guerra.

 

ZAPO.-No. Dice usted que no es usted; que lo que hay debajo es una pantera.

 

SRA. TEPÁN.-Ande, diga que sí.

 

ZEPO.-Bueno. Pero sólo por hacerles un favor.

 

ZAPO.-Póngase completamente tumbado.

 

               (ZEPO se tiende sobre el suelo. ZAPO coloca un pie sobre su tripa y, con aire muy fiero, agarra el fusil.)

 

SRA. TEPÁN,-Saca más el pecho.

 

ZAPO.- ¿Así?

 

SRA. TEPÁN.-Sí. Eso. Así. Sin respirar.

 

SR. TEPÁN.-Pon más cara de héroe.

 

ZAPO.- ¿Cómo es la cara de héroe?

 

SR. TEPÁN.-Es bien sencillo: pon la misma cara que ponía el carnicero cuando contaba sus conquistas amo­rosas.

 

ZAPO.- ¿Así?

              

SR. TEPÁN.-Sí, así.

 

SRA. TEPÁN.-Sobre todo, hincha bien el pecho y no respires.

              

ZEPO.-Pero, ¿van a terminar de una vez?

 

SR. TEPÁN.-Tenga un poco de paciencia. A la una, a las dos y... a las tres.

              

ZAPO.-Tengo que haber salido muy bien.

 

SRA. TEPÁN.-Sí, tenías el aire muy marcial.

              

SR. TEPÁN.-Sí, has quedado muy bien.

 

SRA. TEPÁN.-A mí también me han entrado ganas de hacerme una contigo.

 

SR. TEPÁN.-Sí, una nuestra quedará también muy bien.

 

ZAPO.-Bueno, si queréis yo os la hago.

 

SRA. TEPÁN.- ¿Me dejarás el casco para hacer más militar?

 

ZEPO.-No quiero más fotos. Con una ya hay de sobra.

 

ZAPO.-No se ponga usted así. ¿A usted que más le da?

              

ZEPO.-Nada, no consiento que me hagan más fotos. Es mi última palabra.

 

SR. TEPÁN.-(A su mujer.) No insistáis más. Los pri­sioneros suelen ser muy susceptibles. Si continuamos así, se disgustará y nos ahogará la fiesta.

 

ZAPO.-Bueno, ¿y qué hacemos ahora con el prisio­nero?

 

SRA. TEPÁN.-Lo podemos invitar a comer. ¿Te pa­rece?

 

SR. TEPÁN.-Por mí no hay inconveniente.

 

ZAPO.-(A ZEPO). ¿Qué? ¿Quiere comer con nos­otros?

 

ZEPO.-Pues...

 

SR. TEPÁN.-Hemos traído un buen tintorro.

 

ZEPO.-Si es así bueno.

 

SR. TEPÁN.-Usted haga como si estuviera en su casa. Pídanos lo que quiera.

 

ZEPO.-Bueno.

 

SR. TEPÁN.- ¿Qué?, ¿y usted, ha matado mucho?

 

ZEPO.- ¿Cuándo?

 

SR. TEPÁN.-Pues estos días.

 

ZEPO.- ¿Dónde?

 

SR. TEPÁN.-Pues en esto de la guerra.

 

ZEPO.-No mucho. He matado poco. Casi nada.

 

SR. TEPÁN.- ¿Qué es lo que ha matado más, caballos enemigos o soldados?

 

ZEPO.-No, caballos no. No hay caballos.

 

SR. TEPÁN.- ¿Y soldados?

 

ZEPO.-A lo mejor.

 

SR. TEPÁN.- ¿A lo mejor? ¿Es que no está seguro?

 

ZEPO.-Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De to­das formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Avemaría por el tío que he matado.

 

SR. TEPÁN.- ¿Un Avemaría? Yo creí que rezaría un Padrenuestro.

 

ZEPO.-No. Siempre un Avemaría. (Pausa.) Es más corto.

 

SR. TEPÁN.-Ánimo, hombre. Hay que tener más valor.

 

SRA. TEPÁN.- (A ZEPO.) Si quiere usted, le soltamos las ligaduras.

 

ZEPO.-No, déjelo, no tiene importancia.

 

SR. TEPÁN.-No vaya usted ahora a andar con ver­güenzas con nosotros. Si quiere que le soltemos las ligaduras, díganoslo.

 

SRA. TEPÁN.-Usted póngase lo más cómodo que pueda.

 

ZEPO.-Bueno, si se ponen así, suéltenme las ligadu­ras. Pero sólo se lo digo por darles gusto.

 

SR. TEPÁN.-Hijo, quítaselas. (ZAPO le quita las liga­duras de los pies.)

 

SRA. TEPÁN.- ¿Qué, se encuentra usted mejor?

 

ZEPO.-Sí, sin duda. A lo mejor les estoy molestando mucho.

 

SR. TEPÁN.-Nada de molestarnos, Usted, considérese como en su casa. Y si quiere que le soltemos las manos, no tiene nada más que pedírnoslo.

 

ZEPO.-No. Las manos, no. Es pedir demasiado.

 

SR. TEPÁN.-Que no, hombre que no. Ya le digo que no nos molesta en absoluto.

 

ZEPO.-Bueno... entonces, desátenme las manos. Pero sólo para comer, ¿eh?, que no quiero yo que me digan luego que me ofrecen el dedo y me tomo la mano entera.

 

SR. TEPÁN.-Niño, quítale las ligaduras de las manos.

 

SRA. TEPÁN.-Qué bien, con lo simpático que es el señor prisionero, vamos a pasar un buen día de campo.

 

ZEPO.-No tiene usted que decirme «señor prisione­ro», diga «prisionero» a secas.

 

SRA. TEPÁN.- ¿No le va a molestar?

 

ZEPO.-No, en absoluto.

 

SR. TEPÁN.-Desde luego hay que reconocer que es us­ted modesto.

 

(Ruido de aviones.)

 

ZAPO.-Aviones. Seguramente van a bombardeamos.

 

(ZAPO y ZEPO se esconden. (A toda prisa, entre los sa­cos terreros.)

 

ZAPO.-( A sus padres.) Poneos al abrigo. Os van a caer las bombas encima.

 

(Se impone poco a poco el ruido de los aviones. In­mediatamente empiezan a caer bombas. Explotan cer­ca, pero ninguna cae en el escenario. Gran estruendo. ZAPO y ZEPO están acurrucados, entre los sacos. El SR. TEPÁN habla tranquilamente con su esposa. Ella le responde en un tono también muy tranquilo. No se oye su diálogo a causa del bombardeo. La SRA. TEPÁN se dirige a una de las cestas y saca un paraguas. Lo abre. Los TEPÁN se cubren con el paraguas como si es­tuviera lloviendo. Están de pie. Parecen mecerse con una cadencia tranquila apoyándose alternativamente en uno y otro pie mientras hablan de sus cosas. Continúa, el bombardeo. Los aviones se van alejando. Silencio. El SR. TEPÁN extiende un brazo y lo saca del paraguas para asegurarse de que ya no cae nada del cielo.)

 

SR. TEPÁN.- (A su mujer.) Puedes cerrar ya el pa­raguas.

 

(La SRA. TEPÁN lo hace. Ambos se acercan a su hijo y le dan unos golpecitos en el culo con el paraguas.)

 

SR. TEPÁN.-Ya podéis salir. El bombardeo ha termi­nado.

 

(ZAPO y ZEPO salen de su escondite.)

 

ZAPO.- ¿No os ha pasado nada?

 

SR. TEPÁN.- ¿Qué querías que le pasara a tu padre? (Con orgullo.) Bombitas a mí...

 

(Entra, por la izquierda, una pareja de soldados de la Cruz Roja. Llevan una camilla. .

 

PRIMER CAMILLERO.- ¿Hay muertos?

 

ZAPO.-No. Aquí no.

 

PRIMER CAMILLERO.- ¿Está seguro de haber mira­do bien?

 

ZAPO.-Seguro.

 

PRIMER CAMILLERO.- ¿Y no hay ni un solo muerto?

 

ZAPO.-Ya le digo que no.

 

PRIMER CAMILLERO.- ¿Ni siquiera un herido?

 

ZAPO.-No.

 

CAMILLERO SEGUNDO. - ¡Pues estamos apañados! (A ZEPO, con un tono persuasivo.) Mire bien por todas partes a ver si encuentra un fiambre.

 

PRIMER CAMILLERO.-No insistas. Ya te han dicho que no hay.

 

CAMILLERO SEGUNDO.- ¡Vaya jugada!

 

ZAPO.-Lo siento muchísimo. Les aseguro que no lo he hecho a posta.

 

CAMILLERO SEGUNDO.-Eso dicen todos. Que no hay muertos y que no lo han hecho a posta.

PRIMER CAMILLERO.-Venga, hombre, no molestes al caballero.

 

SR. TEPÁN.- (Servicial.) Si podemos ayudarle lo hare­mos con gusto. Estamos a sus órdenes.

 

CAMILLERO SEGUNDO.-Bueno, pues si seguimos así ya verás lo que nos va a decir el capitán.

 

SR. TEPÁN.- ¿Pero qué pasa?

 

PRIMER CAMILLERO.-Sencillamente, que los demás tie­nen ya las muñecas rotas a fuerza de transportar cadáve­res y heridos y nosotros todavía sin encontrar nada. Y no será porque no hemos buscado...

 

SR. TEPÁN.-Desde luego que es un problema. (A .ZAPO.) ¿Estás seguro de que no hay ningún muerto?

 

ZAPO.-Pues claro que estoy seguro, papá.

 

SR. TEPÁN.- ¿Has mirado bien debajo de los sacos?

 

ZAPO.-Sí, papá.

 

SR. TEPÁN.- (Muy disgustado.) Lo que te pasa a ti es que no quieres ayudar a estos señores. Con lo agradables que son. ¿No te da vergüenza?

 

PRIMER CAMILLERO.-No se ponga usted así, hombre. Déjelo tranquilo. Esperemos tener más suerte y que en otra trinchera hayan muerto todos.

 

SR. TEPÁN.-No sabe cómo me gustaría,

 

SRA. TEPÁN.-A mí también me encantaría. No puede imaginar cómo aprecio a la gente que ama su trabajo.

 

SR. TEPÁN.- (Indignado, a todos.) Entonces, ¿qué? ¿Hacemos algo o no por estos señores?

 

ZAPO.-Si de mí dependiera, ya estaría hecho.

 

ZEPO.-Lo mismo digo.

 

SR. TEPÁN.-Pero, vamos a ver, ¿ninguno de los dos está ni siquiera herido?

 

ZAPO..-(Avergonzado.) No, yo no.

 

SR. TEPÁN.-(A ZEPO.) ¿Y usted?

 

ZEPO.- (Avergonzado.) Yo tampoco. Nunca he tenido suerte...

 

SRA. TEPÁN.- (Contenta.) ¡Ahora que me acuerdo! Esta mañana al pelar las cebollas me di un corte en el dedo. ¿Qué les parece?

 

SR. TEPÁN.- ¡Perfecto! (Entusiasmado.) En seguida te llevan.

 

PRIMER CAMILLERO.-No. Las señoras no cuentan.

 

SR. TEPÁN.-Pues estamos en lo mismo.

 

PRIMER CAMILLERO.- No Importa.

 

CAMILLERO SEGUNDO.-A ver si nos desquitamos en las otras trincheras.

 

(Empiezan a salir.)

 

SR. TEPÁN.-No se preocupen ustedes, si encontramos un muerto, se lo guardamos. Estén ustedes tranquilos que no se lo daremos a otros.

 

CAMILLERO SEGUNDO.-Muchas gracias, caballero.

 

SR. TEPÁN.-De nada, amigo. Pues no faltaba más...

 

(Los camilleros les dicen adiós al despedirse y los cua­tro responden. Salen los camilleros.)

 

SRA. TEPÁN.-Esto es lo agradable de salir los domin­gos al campo. Siempre se encuentra gente simpática. (Pausa.) Y usted, ¿por qué es enemigo?

 

ZEPO.-No sé de estas cosas. Yo tengo muy poca cultura.

 

SRA. TEPÁN.- ¿Eso es de nacimiento, o se hizo usted enemigo más tarde?

 

ZEPO.-No sé. Ya le digo que no sé.

 

SR. TEPÁN.-Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?

 

ZEPO.- Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: « ¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra.» Y yo entonces le pregunté: «Pero, ¿a qué guerra?» Y él me dijo: «Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?» Yo le dije que sí, pero no lo de las guerras...

 

ZAPO.-Igualito, igualito me pasó a mí.

 

SR. TEPÁN.-Sí, igualmente te vinieron a ti a buscar.

 

SRA. TEPÁN.-No, no era igual, aquel día tú no esta­bas arreglando una plancha eléctrica, sino una avería del coche. .

 

SR. TEPÁN.-Digo en lo otro. (A ZEPO.) Continúe. ¿Y qué pasó luego?

 

ZEPO.-Le dije que además tenía novia y que si no iba conmigo al cine los domingos lo iba a pasar muy aburrido. Me respondió que eso de la novia no tenía im­portancia.

ZAPO.-Igualito, igualito que a mí.

 

ZEPO.-Luego bajó mi padre y dijo que yo no podía ir a la guerra porque no tenía caballo.

 

ZAPO.-Igualito dijo mi padre.

 

ZEPO.-Pero el señor dijo que no hacía falta caba­llo y yo le pregunté si podía llevar a mi novia, y me dijo que no. Entonces le pregunté si podía llevar a mi tía para que me hiciera natillas los jueves, que me gus­tan mucho.

 

SRA. TEPÁN.-.(Dándose cuenta de que ha olvidado algo.) ¡Ay, las natillas!

 

ZEPO.- Y me volvió a decir que no.

 

ZAPO.-Igualito me pasó a mí.

 

ZEPO.-Y, desde entonces, casi siempre solo en esta trinchera.

 

SRA. TEPÁN.-Yo creo que ya que el señor prisionero y tú os encontráis tan cerca y tan aburridos, podríais re­uniros todas las tardes para jugar juntos.

 

ZAPO.-Ay, no mamá. Es un enemigo.

 

SR. TEPÁN.-Nada, hombre, no tengas miedo.

 

ZAPO.-Es que si supieras lo que el general nos ha    contado de los enemigos.

 

SRA. TEPÁN.- ¿Qué ha dicho el general?

 

ZAPO.-Pues nos ha dicho que los enemigos son muy malos, muy malos muy malos. Dice que cuando cogen prisioneros les ponen chinitas en los zapatos para que cuando anden se hagan daño.     .

 

SRA. TEPÁN. - ¡Qué barbaridad! ¡Qué malísimos son!

 

SR. TEPÁN.- (A ZEPO, indignado.) ¿ Y no le da a us­ted vergüenza pertenecer a ese ejército de criminales?

 

ZEPO.-Yo no he hecho nada. Yo no me meto con nadie.

 

SRA. TEPÁN.-Con esa carita de buena persona, quería engañamos…

 

SR. TEPÁN.-Hemos hecho mal en desatarlo, a lo me­jor, si nos descuidamos, nos mete unas chinitas en los zapatos.

 

ZEPO.-No se pongan conmigo así.

 

SR. TEPÁN.- ¿Y cómo quiere que nos pongamos? Esto me indigna. Ya sé lo que voy a hacer: voy a ir al capitán y le voy a pedir que me deje entrar en la guerra.

 

ZAPO.-No te van a dejar. Eres demasiado viejo.

 

SR. TEPÁN.-Pues entonces me compraré un caballo y una espada y vendré a hacer la guerra por mi cuenta.

 

SRA. TEPÁN.-Muy bien. De ser hombre, yo haría lo mismo.

 

ZEPO.-Señora, no se ponga así conmigo. Además le diré que a nosotros nuestro general nos ha dicho lo mismo de ustedes.

 

SRA. TEPÁN.- ¿Cómo se ha atrevido a mentir de esa forma?

 

ZAPO.-Pero, ¿todo igual?

 

ZEPO.-Exactamente igual.

 

SR. TEPÁN.- ¿No sería el mismo el que os habló a los dos?

 

SRA. TEPÁN.-Pero si es el mismo, por lo menos po­dría cambiar de discurso. También tiene poca gracia eso de que a todo el mundo le diga las mismas cosas.

 

SR. TEPÁN.- ( A ZEPO, cambiando de tono.) ¿Quiere otro vasito?

 

SRA. TEPÁN.-Espero que nuestro almuerzo le haya gustado…

 

SR. TEPÁN.-Por lo menos ha estado mejor que el del domingo pasado.

 

ZEPO.- ¿Qué les pasó?

 

SR. TEPÁN.-Pues que salimos al campo, colocamos la comida encima de la manta y en cuanto nos dimos la vuelta, llegó una vaca y se comió toda la merienda. Hasta las servilletas.

 

ZEPO.- ¡Vaya una vaca sinvergüenza!

 

SR. TEPÁN.-Sí, pero luego, para desquitamos, nos co­mimos la vaca. (Ríen.)

 

ZAPO.-(A ZEPO.) Pues, desde luego se quitarían el hambre. ..

 

SR. TEPÁN.- ¡Salud! (Beben.)

 

SRA. TEPÁN.-(A ZEPO.) Y en la trinchera, ¿qué hace usted para distraerse?

ZEPO.- Yo, para distraerme, lo que hago es pasarme el tiempo haciendo flores de trapo. Me aburro mucho.

 

SRA. TEPÁN.- ¿ Y qué hace usted con las flores?

 

ZEPO.-Antes se las enviaba a mi novia. Pero un día me dijo que ya había llenado el invernadero y la bodega de flores de trapo y que si no me molestaba que le en­viara otra cosa, que ya no sabía qué hacer con tanta flor.               

 

SRA. TEPÁN.-¿ Y qué hizo usted?

 

ZEPO.-Intenté aprender a hacer otra cosa, pero no pude. Así que seguí haciendo flores de trapo para pasar el tiempo.  .

 

SRA. TEPÁN.- ¿Y las tira?

 

ZEPO.-No. Ahora les he encontrado una buena utili­dad: doy una flor para cada compañero que muere. Así ya sé que por muchas que haga, nunca daré abasto.

 

SR. TEPÁN.-Pues ha encontrado una buena solución.

 

ZEPO.- (Tímido.) Sí.

 

ZAPO.-Pues yo me distraigo haciendo jerseys.

 

SRA. TEPÁN.-Pero, oiga, ¿es que todos los soldados se aburren tanto como usted?

 

ZEPO.-Eso depende de lo que hagan para divertirse.

 

ZAPO.-En mi lado ocurre lo mismo.

 

SR. TEPÁN.-Pues entonces podemos hacer una cosa: parar la guerra.

 

ZEPO.- ¿Cómo?

 

SR. TEPÁN.-Pues muy sencillo. Tú le dices a todos los soldados de nuestro ejército que los soldados enemi­gos no quieren hacer la guerra, y usted le dice lo mismo a sus amigos. Y' cada uno se vuelve a su casa.

 

ZAPO.- ¡Formidable!

 

SRA. TEPÁN.- Y así podrá usted terminar de arreglar la plancha eléctrica.

ZAPO.- ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes una idea tan buena para terminar con este lío de la guerra?

 

SRA. TEPÁN.-Estas ideas sólo las puede tener tu pa­dre. No olvides que es universitario y filatélico.

 

ZEPO.-Oiga, pero si paramos así la guerra, ¿qué va a pasar con los generales y los cabos?

 

SRA. TEPÁN.-Les daremos unas panoplias para que se queden tranquilos.

 

ZEPO.-Muy buena idea.

 

SR. TEPÁN.- ¿Veis qué fácil? Ya está todo arreglado.

 

ZEPO,-Tendremos un éxito formidable.

 

ZAPO.-Qué contentos se van a poner mis amigos.

 

SRA. TEPÁN.-¿Qué os parece si para celebrarlo baila­mos el pasodoble de antes?

 

ZEPO.-Muy bien.

 

ZAPO.-Sí, pon el disco, mamá.

 

(La SRA. TEPÁN pone un disco. Expectación. No se oye nada.)

 

SR. TEPÁN.-No se oye nada.

 

SRA. TEPÁN.- (Va al gramófono.) ¡Ah!, es que me había confundido. En vez de poner un disco, había pues­to una boina.

 

(Pone el disco. Suena un pasodoble. Bailan, llenos de alegría, ZAPO con ZEPO y la SRA. TEPÁN con su mari­do. Suena el teléfono de campaña. Ninguno de los cua­tro lo oye. Siguen, muy animados, bailando. El teléfono suena otra vez. Continúa el baile. Comienza de nuevo la batalla con gran ruido de bombazos, tiros y ametra­lladoras. Ellos no se dan cuenta de nada y continúan bailando alegremente. Una ráfaga de ametralladora los siega a los cuatro. Caen al suelo, muertos. Sin duda, una bala ha rozado el gramófono: el disco repite y re­pite, sin salir del mismo surco. Se oye durante un rato el disco rayado, que continuará hasta el final de la obra .Entran, por la izquierda, los dos camilleros. Llevan la camilla vacía. Inmediatamente, cae el

 

 

 

TELÓN