martes, 30 de abril de 2013

Colores de América.

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Contrario a la creencia de que los negros esclavizados eran salvajes e ignorantes, en Africa habían florecido, mucho antes de la invasión de los europeos, grandes reinos. Los africanos al sur del Sahara poseían grandes riquezas, comerciaban con sus vecinos árabes, poseían ejércitos, construían grandes ciudades y promovían la vida intelectual. Para el siglo 14 en la ciudad del reino de Mali, Timbuctú, había universidades islámicas y bibliotecas, y era el sitio de reunión de los estudiosos, poetas y artistas de Africa y del Medio Oriente.
La mayoría de las personas negras que llegaron a Puerto Rico lo hicieron como esclavos. Son contados los casos de los que habían logrado su manumisión (usualmente por disposición testamentaria o coartación) y que, por lo tanto, llegaban como hombres libres. Pertenecían a diversas culturas pero sus orígenes verdaderos en muchas ocasiones permanecían ocultos bajo las clasificaciones que le daban los europeos que tomaban en cuenta más bien su lugar de embarco, no de nacimiento.
Debido a la extensión de la trata esclavista, tanto en territorio como en tiempo, muchos de los grupos étnicos africanos fueron embarcados, primero a Europa y luego a las Américas. El libro de Manuel Alvarez Nazario, El elemento afronegroide en el español de Puerto Rico ofrece una discusión detallada de los orígenes de los esclavos, sus culturas, lenguas y aportaciones a nuestra cultura e idioma. En esta obra su autor divide los grupos de esclavos en nuestra isla de acuerdo al lugar inmediato de procedencia.
Esclavos ladinos
Los primeros esclavos en el Nuevo Mundo, a quienes los documentos llaman ladinos, tomaron parte en la conquista y colonización de estas tierras. Provenían de España y ya habían pasado por un proceso de aculturación por haber nacido o vivido allí. Aunque la mayoría eran del Africa subsahariana, algunos eran esclavos árabes (bereber).

Esclavos bozales
Así se denominaba a los esclavos traídos directamente desde Africa. En este caso el lugar de origen dado en los documentos variaba, de forma que a veces se refería al lugar de embarco y otras a la región o etnia. Algunos estudiosos del tema, subdividen los bozales en origen bantú y origen sudanés.

Esclavos procedentes de otros lugares del Nuevo Mundo
A través de los siglos que duró la trata llegaron a Puerto Rico esclavos junto a sus dueños provenientes de otras islas del Caribe, de Costafirme o Luisiana. También arribaron algunos que habían logrado fugarse de islas vecinas bajo la dominación de otros países europeos y que se establecieron como hombres libres gracias a unas disposiciones del gobierno que le daban la libertad siempre y cuando juraran su fidelidad a la monarquía y la fe católica. Estos esclavos prófugos se fueron estableciendo en el área de San Mateos de Cangrejos (Santurce). 

lunes, 29 de abril de 2013

PARA LEER.

El Porqué de las cosas. Pincha AQUÍ

El autor español más representado en el mundo.

Pic-Nic, de Fernando Arrabal

Pic-Nic, de Fernando Arrabal (Pique-nique en campagne, 1962), es una obra teatral muy breve que denuncia el absurdo de la guerra a través de personajes ignorantes e inocentes y el traslado al contexto bélico de las soluciones de la vida civil y cotidiana. Sería una obra cómica —que en ocasiones recuerda a Gila— si el final no dejara helado el optimismo. Parece fácil de adaptar para las tablas de un instituto; requiere cuatro actores principales y dos secundarios.
Zapo es un soldado de trinchera, que se encuentra solo entre el fragor de las bombas y las
ametralladoras. Cuando este se interrumpe, saca un jersey a medio tejer y lo continúa. Suena el teléfono de campaña, que traerá las órdenes del capitán sin que oigamos su voz. Zapo demuestra no estar al cabo de lo que se espera de él («Y las bombas, ¿cuándo las tiro? ¿Pero, por fin, hacia dónde las tiro, hacia atrás o hacia adelante? … No se ponga usted así conmigo, no lo digo para molestarle»).
Nada más colgar, recibe la visita de sus padres, los señores Tepán, dos personajes ceremoniosos y plenamente sociales: la primera frase del padre es: «Hijo, levántate y besa en la frente a tu madre». El padre recuerda la guerra en la que estuvo él (aquello sí que eran buenas guerras, con caballos y todo) y la madre da otra pista de los ojos con los que se quiere ver la situación al afirmar que sabe bien de qué color era el uniforme de los enemigos porque aparecía en sus juegos infantiles. A Zapo lo tratan como a un niño: se le dice que es de mala educación sentarse a la mesa con fusil y la madre lo examina y reprende por no haberse lavado bien. Se ponen a comer.
SR. TEPÁN. —Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?
ZAPO. —¿Cuándo?
SR. TEPÁN. —Pues estos días.
ZAPO. —¿Dónde?
SR. TEPÁN. —Pues en esto de la guerra.
ZAPO. —No mucho. He matado poco. Casi nada.
SR. TEPÁN. —¿Qué es lo que has matado más, caballos enemigos o soldados?
ZAPO. —No, caballos no. No hay caballos.
SR. TEPÁN. —¿Y soldados?
ZAPO. —A lo mejor.
SR. TEPÁN. —¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?
ZAPO. —Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De todas formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.
SR. TEPÁN. —Tienes que tener más valor. Como tu padre.
SRA. TEPÁN. —Voy a poner un disco en el gramófono.
Después de escuchar un poco de música, entra un soldado enemigo, que viste como Zapo, salvo el color del uniforme. Es Zepo. «Ambos se ponen manos arriba llenos de terror.» Al fin, Zapo lo detendrá, primero con un «¡Manos arriba!» y luego con un «¡Pan y tomate para que no te escapes!».
En adelante, todos dialogan sobre qué conviene hacer. Atan al prisionero, que protesta cuando le hacen daño al atarlo («Hijo, no seas burro. No maltrates al prisionero», dirá el padre. «Ahora te vas a ganar que te tome tirria»). Por ilusión, Zapo se hace una foto con el pie sobre la tripa del prisionero, no sin antes pedirle permiso («Ande, diga que sí». «Bueno. Pero solo por hacerles un favor»). A la hora de comer, invitan y animan al prisionero, que responde con las frases esperables del que está de visita y no quiere molestar («Bueno, si se ponen así, suéltenme las ligaduras. Pero solo lo digo por darles gusto»).
El padre se interesa por cómo le va la guerra a Zepo y surge un diálogo casi idéntico al que he reproducido más arriba. Zapo y Zepo son espejo el uno del otro; la misma ignorancia, el mismo hallarse fuera de lugar («Y usted, ¿por qué es enemigo?» «No sé de estas cosas. Yo tengo muy poca cultura»); si Zapo se entretiene tejiendo jerseys, Zepo hace flores de trapo. Han ido a la guerra sin saber, los dos por igual; y los generales les han contado lo mismo (ZA: «¿Todo igual?» ZE: «Exactamente igual» SRT: «¿No sería el mismo el que os habló a los dos?»).
La comida se interrumpirá por un bombardeo y a continuación entrarán los camilleros, fastidiados porque nunca encuentran «fiambres». El padre riñe a Zapo porque lo ve poco dispuesto a colaborar, y el camillero replica:
CAM. 1. —No se ponga usted así, hombre. Déjelo tranquilo. Esperemos tener más suerte y que en otra trinchera hayan muerto todos.
SR. TEPÁN. —No sabe cómo me gustaría.
SRA. TEPÁN. —A mí también me encantaría. No puede imaginar cómo aprecio a la gente que ama su trabajo.
Pero nada, por desgracia nadie tiene ni un rasguño («Yo tampoco», dirá Zepo, avergonzado; «Nunca he tenido suerte»). La madre se había cortado al pelar las cebollas, pero, ¡qué se le va a hacer!, «las señoras no cuentan». Se despiden con una promesa del padre: «No se preocupen ustedes, si encontramos un muerto, se lo guardamos. Estén ustedes tranquilos que no se lo daremos a otros». «Esto es lo agradable de salir los domingos al campo. Siempre se encuentra gente simpática», comenta la madre.
Al final de la obra se aceleran las apuestas: los cuatro encontrarán un modo de parar la guerra, sencillo e infantil (SRT: «Tú le dices a todos los soldados de nuestro ejército que los soldados enemigos no quieren hacer la guerra y usted le dice lo mismo a sus amigos. Y cada uno se vuelve a su casa». A los generales y los cabos «les daremos unas panoplias para que se queden tranquilos»). Ponen otro disco para celebrarlo. No se oye nada, porque la madre «en vez de poner un disco, había puesto una boina». Suena la música, bailan y, de tan animados, no se dan cuenta de que se han reanudado los combates y «una ráfaga de ametralladora los siega a los cuatro». Entran los camilleros y baja el telón

jueves, 25 de abril de 2013

El mito de la creación en el Génesis.

Dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y en toda sierpe que serpea sobre la tierra”.


Y creó Dios al hombre a imagen suya:

a imagen de Dio le creó;

macho y hembra los creó.


Y los bendijo Dios y les dijo:”Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla: dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra”. Dijo Dios: “Mirad que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra y todo árbol que lleva fruto de semilla: eso os servirá de alimento. Y a todo animal terrestre, a toda ave de los cielos y a todo ser animado que se arrastra sobre la tierra, les doy por alimento toda hierba verde”. Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien. Y atardeció y amaneció el día sexto.

Así fueron concluidos los cielos y la tierra con todo su aparato, y el día séptimo cesó Dios de toda la tarea que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado.

Estos fueron los orígenes de los cielos y la tierra cuando fueron creados.
El día en que hizo Yahvéh Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvéh Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba e la tierra, y regaba toda la superficie del suelo. Entonces Yavéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.

Luego plantó Yahvéh Dios un jardín en Edén, al oriente donde colocó al hombre que había formado. Yahvéh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allé se encuentra el bedelio y el ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que bordea el país de Ur. El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur. Y el cuarto río es el Eufrates. Tomó, pues, Yahvéh Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.

Dijo luego Yahvéh Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Y Yahvéh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, más para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó:




Esta vez sí que es hueso de mis huesos

y carne de mi carne.

Esta será llamada varona,

porque del varón ha sido tomada”.

Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a mujer y se hacen una sola carne.

Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro.

lunes, 22 de abril de 2013

Valentina nos recuerda una historia.

Esta historia viaja de blog en blog por internet. Ayer Valentina la "recordó" en clase.

Verdadero Amor

Un hombre mayor visitó una famosa clínica para curarse una herida de la mano. Tenía bastante prisa ,tanta que llamó la atención del enfermero que lo atendía. El enfermero pregunta, curioso, qué era aquello que tanto lo urgía, el anciano, éste le responde que debe acudir al desayuno con su mujer en la Residencia en la que desde hace algún tiempo vive.

El enfermero sigue con la conversación y conoce el delicado estado de la mujer, enferma de alzehimer, ya en estado muy avanzado. Está a punto de concluir el vendaje de la herida cuando se le ocurre una última pregunta; si se retrasa ella se alarmará… No, contestó el anciano, hace cinco años que ya no me reconoce, no sabe quien soy. El enfermero lo mira extrañado y vuelve a preguntar; ¿ Y si ya no sabe quien es usted porqué siente la necesidad de estar con ella todas las mañanas?. La sonrisa del hombre fue muy cálida y le contestó; “Ella no sabe quien soy yo, pero yo todavía sé , muy bien, quien es ella…
 Y es que el verdadero amor no se reduce a lo físico o a la romántico; es la aceptación de todo lo que el otro es.
Puedes encontrarlo en páginas como esta; http://www.fluvium.org/textos/dolor/dol51.htm

jueves, 4 de abril de 2013

Cogiendo ritmos!!!!!!!!!!

Hubo una vez, una familia de mujeres muy bonitas que tuvo entre ellas una hija poco bonita. Así le decían siempre porque no era rubia, ni tenía los ojos azules como sus hermanas. Vicky decía muy triste: “Soy el patito feo de la familia”. Sin embargo, Vicky era la más trabajadora de todas las hermanas, muy bondadosa, alegre y virtuosa. La familia organizó un día una fiesta para que sus hijas se presentaran en sociedad, pero querían que Vicky no salga esa noche.
Vicky ese día se hizo tarde en el trabajo, así que llegó cuando la fiesta ya había empezado.  Cuando entró a la casa, las hermanas y la madre quisieron esconderla para no ser avergonzadas, según ellas, delante de las amistades que no conocían a la joven. Pero algunos amigos que sí apreciaban a Vicky por sus cualidades y virtudes, lograron entretenerla hasta que las hermanas tuvieron que desistir de sus malos propósitos y tuvieron que dejar que se quede en la fiesta. Esa fue la gran noche de la joven que se hizo querer y conocer por todos. Era una persona tan agradable en su trato, que podría decirse los invitados estaban más a gusto con ella que con sus hermanas por ser tan superficiales estas últimas.
Vicky pudo demostrar a su propia familia que la belleza física es agradable, pero de poca importancia cuando no aprendiste a tener principios y valores… porque la belleza que realmente conquista y perdura para siempre, es la belleza del corazón

No solo leer también interpretar.

Esta leyenda corta para niños cuenta que hace muuucho tiempo había un hada madrina joven llamada Aurelia que era súper mágica y maravillosa. Definitivamente era la más lista y amable de todas en la escuela de hadas. Ella se sacaba buenas calificaciones en todo (curso de pócimas, curso de hechizos anti brujas, etc.), menos en el “curso de belleza“. Ella no era bonita como todas las demás hadas y por eso no tenía amigas y siempre andaba solita.
En ese entonces, las hadas no eran tan buenas como las conocemos en los cuentos de ahora. Muchas eran soberbias y no se fijaban en la belleza interior de los demás.
A veces, las demás hadas, le decían a Aurelia que parecía una bruja y le hacían Bullying.
Un día Aurelia fue a la escuela y se llevó una gran sorpresa pues no había nadie en su aula de clases. Entonces salió a buscar a todos los demás y vio que una bruja malvada se quería llevar a unas hadas muy bonitas para hacerse una pócima y volverse joven y bella. Aurelia agarró su varita mágica y se enfrentó a la bruja. Después de horas, la bruja se rindió y como Aurelia era buena le perdonó a la bruja lo que había querido hacer con las otras hadas. Pero cuando el hada se dio la vuelta para irse a reencontrar con las otras hadas, la bruja le lanzó un hechizo a Aurelia y la hizo desaparecer para siempre.
Entonces las hadas dijeron: “No!!! Aurelia!!!”. Y se unieron todas para encerrar a la bruja en una botella y la arrojaron al mar. Las hadas muy avergonzadas por cómo habían tratado a Aurelia por su apariencia física, se sintieron muy mal.
A partir de esa vez, en la aldea de las hadas no se desprecia ningún defecto físico y llamaron a su aldea “La Aldea Aureliana” en honor a Aurelia que sacrificó su vida para protegerlas. A partir de ese día las hadas ya no son soberbias y son muy buenas, como las conocemos en todos los cuentos de hadas que se han escrito

Leyendo; Ana Delia Mejía.

En la sala de una casa, se observa a un príncipe probándole un zapato a una muchacha

PRÍNCIPE AZUL: Sí, eres tú la que estaba buscando. Te queda muy bien el zapato de cristal… ¡Qué alegría hallarte!
CENICIENTA: A mí me da alegría hallar el zapato, el hada madrina ya me estaba reclamando por haberlo perdido. Qué negligencia la mía.
PRÍNCIPE AZUL: No te preocupes, querida, cuando nos casemos ya no tendrás que pedir nada prestado. Lo tendrás todo: zapatos de oro y vestidos bordados en plata, joyas, palacios…
CENICIENTA (sorprendida): Un momentito, príncipe, suelta el acelerador que me estás asustando… Que yo recuerde, a ti te conocí en un baile en tu casa, ¿no?
PRÍNCIPE AZUL: Sí, desde entonces te he buscado incansablemente guiado solo por este primoroso zapato que dejaste olvidado cuando saliste corriendo.
CENICIENTA: Sí, sí, es que me acordé que el bus solo pasa hasta las 12 y no tenía dinero para un taxi.
PRÍNCIPE AZUL: Bueno, eso ya no importa, lo importante es que te encontré y que quiero desposarte.
CENICIENTA: ¡Otra vez la burra al trigo!, te dije que te calmaras, ¿cómo que casarnos? Si ya quedamos en que solo nos hemos visto una vez antes de hoy.
PRÍNCIPE AZUL: ¡Pero eso bastó para prendarnos el uno del otro!
CENICIENTA: No, señor. Admito que me gustaste un poco, ya que eres guapo y bailas bien, pero enamorarme no, para enamorarse hace falta conocerse bien y yo ni siquiera sé cómo te llamas realmente.
PRÍNCIPE AZUL: Yo soy el Príncipe Azul…
CENICIENTA: Ya… pero nadie se llama Príncipe Azul, debes tener un nombre real. Mira, por ejemplo, yo no me llamo Cenicienta, ese apodo me lo pusieron mis hermanas porque de niña me gustaba meterme a jugar a la chimenea y salía llena de ceniza, pero mi nombre real es Andrea Pérez. ¿Tú cómo te llamas?
PRÍNCIPE AZUL: No lo sé, siempre me han dicho Príncipe Azul…
CENICIENTA: Ay, pobrecito, no sabes ni cómo te llamas…
PRÍNCIPE AZUL: No te entiendo, todas las chicas deliran por casarse conmigo. Todas quieren ser princesas…
CENICIENTA: Bueno, pues; ese es asunto de ellas; bien por ti si tienes gancho con las muchachas, pero yo no me quiero casar tan joven ni me interesa ser princesa, yo lo que quiero ser es escritora y ganar el Nobel, como Vargas Llosa.
PRÍNCIPE AZUL: No sabes lo que dices. Mis padres son los reyes, tienen mucho dinero y yo heredaré la corona, seré el próximo rey.
CENICIENTA: Ah, entonces ni siquiera trabajas; eres de esos a los que su papá y su papá los mantiene toda la vida…
PRÍNCIPE AZUL: Eeeehhh… Yooo…
CENICIENTA: Pues muy mal, eh; porque ya estás bien grandecito. Yo ya voy a terminar mi carrera en la universidad, luego trabajaré, así que por el momento no pienso en casarme y menos con holgazanes. Disculpa, ah.
PRÍNCIPE AZUL: Pero yo…
CENICIENTA: Gracias por traerme el zapato, fue muy atento de tu parte.
PRÍNCIPE AZUL: (muy triste) De nada.
CENICIENTA: Bueno, se me hace tarde para ir a clases. Te dejo, estás en tu casa, sírvete lo que quieras de comer o beber, cuando salgas cierras la puerta. Cuídate. (Se va)
PRÍNCIPE AZUL: ¿Que yo me sirva? ¿Dónde están los criados? (Se sienta en el sofá con cara de frustración) ¡Así no era el cuento!