Un día la madre
se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles.
Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos,
crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el
suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve
ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.
miércoles, 24 de octubre de 2012
El niño que no sabía jugar.
Había un niño que no sabía jugar. La madre le
miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra con las manos
quietas, como caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de
colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas,
no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra
sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo
como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y
venía con una sombra entre los ojos. «Si al niño le gustara jugar yo no tendría
frío mirándole ir y venir». Pero el padre decía, con alegría: «No sabe jugar, no
es un niño corriente. Es un niño que piensa».
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