y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero”
Así comienza una de las ‘coplas del alma’ escrita por el célebre místico español del siglo XVI San Juan de la Cruz, considerado el poeta más sublime de la literatura española. Al igual que Santa Teresa de Jesús (nuestra otra gran mística española), el autor de ‘Subida del Monte Carmelo’ dejó escrito en forma de bellísimos poemas sus encuentros con Dios, eso que se ha dado en llamar ‘unión mística’. Las visiones que tienen lugar durante la vía unitiva producen un gozo indescriptible en quien las vive. “El efecto que hacen en el alma estas visiones -dice el propio San Juan de la Cruz- es quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, suavidad, limpieza y amor, humildad e inclinación o elevación del espíritu en Dios”.
La mística, experiencia suprema. Los que más alto han subido en la escala de tal vivencia o los tratadistas más insignes de la mística hablan de las famosas noche del espíritu, noche del sentido...
La lista de quienes han escrito sobre mística sería interminable, la mayor parte con un "san" antepuesto, otros acosados dentro del mismo clan jerárquico, que hasta la experiencia mística ha de tener sus reglas:
Eckhart, Tauler, Molinos, Francisco de Osuna, Bernardo de Claraval, Buenaventura, Tomás de Aquino, Enrique Suso o Seuse, Pedro de Alcántara, Ruysbroek, Dionisio de Ryckel, Blosio, Juan Arndt, Juan de los Ángeles, Jiménez de Cisneros, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Vicente Ferrer, Luis de Granada, Francisco de Sales, Bartolomé de los Mártires, Francisco Posadas, Alvarez de Paz, Juana Francisca Fremiot, Margarita María de Alacoque, Spener, Arnold, Teresita de Lisieux, Cura de Ars...
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