viernes, 31 de enero de 2014
¡Oh! ¡Señor de justicia! ¡Brazo del débil y del pobre! ¿Por qué no te alzas
contra el rico y el poderoso que así oprimen a la mujer, que la cargan de grillos mucho
más pesados que los de los calabozos, y que ni aún la dejan quejarse de su desgracia?
Infelices criaturas, seres desheredados que moráis en las desoladas montañas de mi país, mujeres hermosas y desdichadas que no conocéis más vida que la servidumbre,
abandonad vuestras cumbres queridas en donde se conservan perennes los usos del
feudalismo. (......) A vosotras, hermanas mías en sexo y en corazón; a vosotras, las de
tiernos sentimientos y alma compasiva, es a quienes suplico que tendáis la mano a esos
desamparados seres que vagan sobre la tierra, como frías y solitarias sombras, como
hoja que arrastran los vientos encontrados. Tendámosles la mano todas las mujeres...;
¿no son ellos el fruto de nuestra debilidad o de nuestro crimen?...
La hija del mar (cap. IX)
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